Se murió mi niño

Esta fecha que sale de publicación de esta entrada, en verdad es mula. 

En realidad es la madrugada del martes 17 de julio del 2012 y es como si estuviera escribiendo desde el futuro en un día fatal y es lo que más puedo aproximarme en el tiempo, porque el espacio me fue negado, al momento en que se murió mi niño.

Mi Tony maravilloso, mi hermano, mi apaño, mi amigo, se murió Antonio por la chucha y dos meses después aún no puedo reponerme porque me enteré de su muerte el mes pasado, cuando ya llevaba un mes muerto y yo, no supe qué hacer, ni dónde guardar el dolor y es por eso que todavía lo traigo puesto así, como una manta rala que no me cubre del frío. Todavía traigo el llanto en los ojos, se me nota y la noche de Santiago me pesa cada viernes en Los Desconocidos de Siempre, por esa vaga esperanza de que no sea cierto eso de que está muerto, aunque tenga su certificado de defunción. Todavía lo espero, con su pisco sour en el bolso y su block de hojas prepicadas a cuadritos que sacaba para hablar de "Boca". Lo espero, y lo espero con rabia, con ganas de putearlo porque no me dejó darle un último abrazo así como los de antes, antes del puto cáncer y la tuberculosis que lo tuvo por las cuerdas, porque 12 días antes de su muerte hablamos y me dijo que estaba mejor, que la tuberculosis ya había pasado, que podía volver a la quimio y que estaría bien, Antonio, me juraste que yo, miss Hawaii, volvería a ganar en miss universe, que estarías bien y que nos veríamos dentro de poco.  Y te juro Tony, que tengo ganas de que sea dentro de poco porque la vida es la que a mi me trae por las cuerdas y sin vos, tengo un clavijero menos. 

Y no tener dónde llorarte wn! qué chucha, que desgarro el que se siente en el cuerpo a cambio del abrazo que falta. 

Que ganas de rendirte el homenaje por el que lloraste al teléfono y no leyendo, sino cantando "La gallina no!" afuera del palacio de La Moneda, con los brazos realmente abiertos y a grito pelado, para que una vez más nos vean así de locos y borrachos, cuando la vida era realmente bella y llena de promesas. 

Que ganas de volver a esa primera lectura que hicimos en enero del 2009 para decirte otra vez que amo tu trabajo, así tan fan, tan chupapico y tan honesta, cuando no tenía nada que perder. 

Que ganas de verte llegar otra vez a casa, con pastelitos para los niños, y dulces, porque ya se olvidaron de ti, ¡son tan pequeños todavía!, y quería tanto que te conocieran, así como yo, tan íntimamente y en secreto. 

Que ganas de volver a comer papas fritas en las Terrazas para que me cuentes eso que juré no decir nunca y decirte ahora que si te creo. 

Antonio, volvamos a la cocina del bar, por favor, y te dejo ahí una vez más para escucharte gritar desde el fondo que tú eras Antonio Silva y que, jamás volviera a meterte en una cocina inmunda para luego cagarnos de risa. 

Podría pasarme la noche entera pidiéndote que vuelvas, y podría escribir varios posteos más como este así, llorando. Pero, por la chucha que de nada me vale y de nada me sirve, y mi hijo menor tose y llora en la pieza de junto y la pena no puede ser más grande. 

Pareciera que mientras más te invoco, más me dueles de puro seres humanos que fuimos juntos, de puro mamones y sin personaje, de puro querernos en las buenas, pero más en las malas y de pronto no hay más que silencio.

Es que cómo te explico que, sin ti, me siento tan desvalida.

"Es malo escribir,/ saber que no nos veremos, y hacerlo/ pasar por un poema, para que solo/ lo bello duela."

No sé cómo cerrar esta entrada, que hago piola en mi casa, en otra fecha y que no pienso difundir porque ya pasamos a ser un tema manoseado. Es sólo que hoy Samuel ha enviado unas fotos mi niño y me ha tirado al piso otra vez y mal. Pero yo soy de las que cree que las penas se quitan, pero llorando y tengo tanta pena.