Lentitud de la mirada hacia el racconto
Sobre Chile, de Ángela Barraza Risso
Por Felipe Ruiz
Conozco la escritura de Ángela Barraza
desde sus inicios, cuando me presentó una pequeña plaqueta hace ya varios años.
Su escritura me deslumbró inmediatamente por el tono coloquial con que podía
presentar imágenes de lo cotidiano sin perder la sutileza de aquello que
observado, a simple vista, no parece tener importancia, pero que una mirada
asombrada puede calar hasta sacar la delicadeza más socavada en medio de un
sustrato humano tan pobre como el nuestro, donde parecemos avanzar sin remedio
hacia la magnificencia de lo monstruoso y lo asombroso. Estoy consciente del
empuje de Ángela para desarrollar un universo poético muy personal que en nada
imita la fatalidad femenina tan en boga hace algunos años, y deslindarse por
tanto de un campo poético que parecía preñar la escena desde todos sus
rincones.
Quizás por eso, cuando me dijo que sacaría su libro Chile, no me sorprendió la temática ni el contenido del libro, que siento de todos modos conserva intacto el universo de aquellos primeros textos. Chile puede pasar un libro de barricada que aparece en una coyuntura propicia. Pero no. Chile es un libro necesario porque nos permite evidenciar el universo autónomo que ha creado su autora, que en su momento yo destaqué como uno de los más originales aparecidos en la poesía reciente en Chile. La crudeza de las imágenes del libro, porque hay que ser honestos, este es un libro crudo, sin embargo está acompañado por la sutileza medida y cuidada de un tratamiento que condensa imágenes y palabras de un modo pocas veces visto en autores tan jóvenes. Se podría decir que trivializa las relaciones con lo crudo a un extremo de liberar las imágenes del peso de juzgar lo crudo por lo crudo mismo, es decir, por el recrudecimiento de lo que de por sí ya resulta abominable: la tortura en Dictadura.
Se trata del trabajo en el detalle. El
trabajo, paciente y meticuloso, por cierto tono anecdótico y al mismo tiempo
detallado del acontecimiento de la detención y la tortura, de los años negros
de Chile, y la crítica soterrada hacia toda manipulación mediatizada de la
crudeza. El dolor no es, como se dice en nuestra prensa, una “escena profunda”,
¿simplemente porque el dolor no es una escena, no está llamado a ser
escenificado por ningún lento fisgón de los que hay muchos en nuestros media.
En una de las imágenes más bellas del
libro, y debo confesar, una de las más bellas que he leído en muchos años,
Barraza dice: El dolor no puede ser representado/ con un manojo de lágrimas. Se
trata de una sutura simple. No es un puñado de lágrimas, es un manojo. El
desplazamiento es sutil y en realidad me resulta difícil explicar porque creo
que la poesía en sí, cuando es hermosa,
no tiene explicación. Pero está claro que este es un libro que, bajo el relieve
de un acontecimiento social reconocido y ampliamente documentado, bien podría
ser interpretado como una muy personal reflexión sobre el dolor, no sobre sus
consecuencias, sino sobre el dolor mismo, y sobre en qué modo penetra en
nuestro mundo pese a todas sus tecnologías, a todas sus seguridades y
controles.
Sólo me queda agradecer a Ángela Barraza
por habernos entregado un libro hermoso y necesario, para nada escueto y falto
de palabras, lleno de una poesía magnífica que en lo personal me parece viene a
ratificar la apuesta escritural en la que viene trabajando.
Santiago de Chile, Diciembre 2011
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