Hoy mi madre me ha enviado un correo con una información que no deja de emocionarme. No por el cacerolazo en si mismo, sino porque en varias oportunidades habíamos conversado de que la gente ya no hace nada por manifestarse y ella me decía que no estaba dispuesta ya a marchar ni a nada porque ya había hecho su trabajo en tiempos de dictadura y que la juventud hoy, no se compromete con nada. Me decía que se había aburrido de luchar y que está vieja y cansada. Yo le decía que no era cierto, que hay un segmento de la población menor de 40 años que están haciendo un trabajo importante, que los jóvenes estamos saliendo a la calle nuevamente, que hay una tecnología que, si bien está al servicio de los grupos de poder, también lo está, aún, al servicio de la gente. Estas conversaciones partieron a razón del transantiago y de la aceptación sumisa de la gente a recibir un trato denigrante en términos sociales.
Y bueno, yo había dado a la generación de mis padres por perdida y comencé a buscar a la juventud para que se uniera a las movilizaciones. Recurrí a mis alumnos, de los cuales estoy profundamente orgullosa, recurrí también a los poetas, que son incansables si de luchar se trata y seguí mirando hacia adelante. Sin embargo, hoy me llegó este correo y entonces me di cuenta de que la gente aún está dispuesta a luchar, a romper el miedo, hoy, que los pacos se han alzado como el tiempos de dictadura, atacando a la población desarmada y que se manifiesta de manera pacífica, lanzando bombas lacrimógenas a concentraciones de personas que fueron en familia a demostrar su repudio a lo que está sucediendo con nuestra patagonia, que fueron con sus niños, los que fueron, también violentados con el gas y sin contemplaciones.
Y el llamado me parece aún más simbólico, pues es a tocar cacerolas, como en la década de los 80, entendiendo que en la calle la cosa está más que fea. Yo recuerdo los cacerolazos y la alegría inmensa de escuchar un ruido ensordecedor, entendiendo que detrás de cada una que sonaba, había una familia completa detrás de esas manos que golpeaban en el amparo del anonimato y de la protección del hogar. Este tipo de manifestaciones son más que pacíficas y, seguramente no ayudarán mucho a detener el proyecto de Hidroaysén, pero sirven, definitivamente, para generar una cohesión social, una identidad barrial, una cercanía con el vecino y una recuperación de los espacios colectivos. Un sentir que no estamos solos, que no somos los únicos, sino que hay más gente como uno que quizás, no puede dejar los pies en la calle por falta de juventud, de tiempo, por situaciones laborales, por temor a ir preso, pero si quiere manifestarse en contra y no encuentra cómo. Es por eso que dejo esta invitación para que se sumen, para que las manifestaciones trasciendan la alameda, para que sean constantes y no víctimas de la inmediatez de la información que sucumbe ante una nueva y queda la anterior en el olvido. Les dejo esta invitación como una antesala de lo que sucederá el 21 de mayo y de ahí en adelante. Espero que la acojan y que golpeen junto a mi y mi familia sus cacerolas, no como una solución, sino como un síntoma de un nuevo movimiento social que se levanta.
Estoy segura de que se nos vienen cosas aún peores en este gobierno, pues se aprovecharán de que la atención de nosotros está en las termoeléctricas ahora, para aprobar, subreptíciamente cosas feísimas como lo de las semillas (y con eso digo que ya lo están haciendo) sin embargo, me parece importantísimo que estas cosas sucedan para que exista, al menos la convicción de que juntos somos más.
Acá les dejo la información:
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