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Inventario colectivo


mortales pasos de la ingenua niñez política a la exigencia de  una causa
[o la herencia dictatorial de la bipolaridad chilena buscando identidad]

Por Ivonne Coñuecar

“quién se atreverá a decir la verdad ahora que no hay dictadura? /
 ¿quién se desnudará ahora que no somos mayoría?”
 (Adiabática)

            A partir de los textos leídos de mi amiga y colega recordé a tropiezos cuando cantaba la tercera estrofa del himno nacional en el colegio de monjas todos los lunes, inevitablemente, ineludiblemente, a las 8 de la mañana aunque la nieve aislara el sonido de nuestros coros.
No supe qué significaba, pero desde la Patagonia militar sabía que se trataba de esos pelados que todos los domingos echaban de menos a sus madres en la plaza de armas de Coyhaique. Los destinaban principalmente desde la capital –con todo el peso de la dictadura en sus adolescencias- a uno de los cuatro regimientos que aún coexisten con las fronteras gauchas entremedio de cincuenta mil católicos apostólicos y romanos como sentencia nuestra (in)Constitución. O tenía que ver con esa gran obra que construían y veíamos los avances por la tele, el orgullo del general, la Carretera Austral, como promesa de unificación; sin embargo, nosotros los isleños de archipiélagos patagones quedamos no sólo nominalmente unidos, sino que aún más solos con un camino inútil para llegar a alguna parte. A partir de ese canto de día lunes vomitivo escribo algunas reflexiones sobre inventario colectivo y me uno a él.
            En Santiago ocurría una niñez semejante a la nuestra, aunque urbana, cruda como frío de mis latitudes, pero hubo que seguir latiendo, ya sea donde sea, ya sea como sea. Barraza del otro lado –al igual que yo en nuestra huérfana política- aguzaba la vista apuntando con sus ojos las piedras y balas invisibles para señalar si quiera que la tercera estrofa no sólo sobraba, sino que era la gran cicatriz de la herida que pareciera no doler, pero duele como si le doliera a otro que tuviéramos como siamés colgando en nuestra espalda. Nos plagiamos con la invisible huella de la marca generacional.
            Somos de esos pasos. Del grunge, de la instalación institucional de la posibilidad de suicidio, del intento globalizante de ser escuchadas, así en “conversión”, que luego del rewind de sucesos políticos, la autora vería satisfecha al ver “como los edificios se lanzan desde mis hombros”. Una apología 2001 de una caída neoyorkina, pero personal, institucional, de estructuras pre-establecidas que nos llenaron hasta los hombros, jamás la cabeza, nunca la cabeza, porque esa puede someterse al atajo de una bala, ejercicio profano entre tanto aval religioso de una dictadura. Advierte al lector que se puede salir, que si quiere se va, que las palabras son un escape, pero nos adentra en su casa (-imposible irse-), la de los padres y el afán del lector voyeur acostumbrado a despistarse por las hojas buscando explicaciones, tal cual Barraza sin el arrepentimiento de sublevarse ante la nada y mutismo ajenos. La permeabilidad generacional se destaca “soy de la misma raza de los cementerios / toda penetración. / Por todas partes, de fondo / o de costado entra en mi / la memoria”. Una memoria acusada de ignorancia, pero rellena de preguntas alimentadas con imaginación y obligada a ubicarse en la historia. Rebelde ante las faltas estéticas de la urgencia informativa: “yo soy la damnificada / la criticada por leer a Patricia Verdugo / y encontrarla fome”; luego enumera palabras fuera de contexto en la huachería críptica generacional de los niños ochenteros, los que jugábamos al 1,2,3 momias es, pero nada de momios: “yo quería ser Upelienta como mi mamá
            Si me pudiera robar versos de este poemario sería -sin dudas- la piedra que Barraza guarda en su bolsillo en el poema VII: “y lanzarla contra algo que fuera realmente mío”.  Da cuenta del paso de los años, de la ablandada milicia, de un Mapocho sin cuerpos flotando, de carabineros riendo con la carga histórica de ex asesinos donde cada sonrisa es un reproche inquisidor de quien sabe debe decir quién es ante la petición de identificación, de algo urgente que diga quién es. Sin embargo ¿cómo se construye una identidad frente a lo no dicho?
            Los héroes son ídolos flácidos de un país flácido y encogido que se acaba de los mapas. Una excusa que podría desaparecer con un leve movimiento telúrico. Como hemos comprobado –nuevamente- adormecido. Y si los héroes son mediocres ¿cómo se construye un mito entonces para quienes –parafraseando un pseudohéroe plumífero- exigimos una explicación?
            Hay heridas que no tenemos y duelen como fobias heredadas genéticamente, Barraza los busca en cementerios donde junta letras que digan su nombre hasta exiliarla del pensamiento del desarraigo, afuera sigue en movimiento, afuera sus hijos se bañan en el océano otrora cubierto de muertos. El movimiento de Barraza es continuar en su carencia discursiva, apología de un discurso que tejemos y compartimos -a pesar de habitar distintas naciones –como un denominador común generacional, la evidencia de que no estamos tan lejos de pensarnos solas en la rabia grunge.
            Las colecciones de objetos que caducan cada día, la percepción del tiempo guardada en un cassette. Nos perdimos la película y la contamos con denuncias para los que esperan en la fila, argumenta. Pero vimos tele. Nos enchufaron en la tele y :”también tenemos miedo, pero no sabemos de qué”, es la herencia de la apertura de las instituciones y bocas apretadas, la globalización con su escándalo hiperventilado de una vida más cerca, la observancia de una actual dictadura democrática que omite y distrae. “No es nuestra culpa la incapacidad de construir la segunda parte / de la historia”, porque las segundas partes son malas y carecemos de originalidad, de iniciativa, creemos en la ironía. Sobrevaloramos el dinero, nuestra herencia neoliberal sin fondo, el saquito roto. Desde el Atari al Nintendo, de lo cuadrado a lo tridimensional sin saber qué hacer con el revés.
            La influencia del silenciamiento como expresión de la rabia súbita y exigente. Luego valió la pena gritar y vomitar sangre hasta que crecimos y nos dimos cuenta que estábamos desmembrados. La desfiguración de los personajes históricos, inventarse un paroxismo histórico-mítico-performático que nos haga recordar aquello que creemos era válido que nos dijeran nuestros padres.

Escrito Angela Barraza Risso

Angela Barraza Risso (1984). Escritora, editora y entrevistadora. Es encargada de prensa en la Cofederación Minera de Chile (CONFEMIN) y editora de prensa y entrevistas en Fisura.cl y LecturasCiudadanas.cl. En 2011 publicó el libro CHILE. Junto con Arturo LedeZma es creadora de los proyectos Editorial FUGA y del ciclo literario Los Desconocidos de Siempre (LDdS)
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